Como diría un precavido progenitor de los 90 del pasado siglo: "hijo, no estudies filosofía. No tiene salidas. Estudia ¿derecho?" Hoy en día la madre de un milenial ya no se atrevería a perpetrar semejante recomendación y, mientras apura el chupito de cicuta ante los cálculos de su futura pensión, preguntaría con la mirada perdida: "¿acaso hay salida?"
Ambos errarían. La filosofía, aunque la eliminen de los planes de estudio y quieran transformar sus facultades en afters, sí da de comer. Por ejemplo, en un perímetro de bares de Valladolid una alta tasa de sus camareros con licenciados en la madre de todas las ciencias. No tiran mal las cañas y, además, tienen conversación.
Por si fuera poco, hace tiempo que The Unemployed Philosophers nos han convencido de adoptar a los grandes maestros como peluches pop en la línea de juguetes Little Thinkers. Con esas barbas protohipster, ¿quién se resistiría a dar un tierno achuchón al bueno de Karl? A propósito, ¿se ha fijado en qué muchos lucen estupendos apéndices capilares?
Y si su hijo de 16 años necesita clases particulares sobre materialismo dialéctico, que le entra peor que la papilla de lentejas, también tienen marionetas de dedo para amenizar las diatribas.
Y si lo suyo son otras profesiones encontrará divinidades, profetas, artistas, científicos, políticos, revolucionarios, personajes históricos...